Cuando el silencio ensordeció su vida, la inercia del tiempo se le hizo infinita.
La soledad caprichosa extendió un manto oscuro y fino, como un lienzo, sobre sus penas.
Recordó viejos tiempos, añoró y soñó. Quiso retroceder pero no pudo. En el suelo, encorvó su cuerpo, formando un ovillo y se sintió en el vientre de su madre, lo que hizo que vibraran todas y cada una de las fibras de su cuerpo. Su piel se erizó y, una corriente subió a lo largo de su columna vertebral desde la punta del cóccix hasta abrirse como un abanico en la base de su nuca. Se encontraba en el momento de mayor fragilidad: débil, quebradizo y absorto en un único pensamiento. - ¿Porqué no puedo ser feliz?-.
Toda su vida fue repasada momento a momento; deteniendose sólo al sentir algún bienestar, alguna sensación de alegría, para luego continuar recordando, poco a poco, año a año, cada segundo de su existencia, buscando el momento en el que se había equivocado, y llegando a la pregunta que muchos nos hemos hecho alguna vez-¿Debo continuar?-.
Él no tenía la respuesta pero sentía que pronto la conocería. Alguien se la traía, era un hombre; pero una lágrima que rodo sobre su mejilla hasta tocar sus labios lo distrajo, le hizo mover la cabeza. Aquél que traía la respuesta le dio la espalda y se alejó. Se detuvo un momento y giró, sólo para darle una mirada de desprecio; luego, continuó su camino.
De él sólo se escuchó un grito, gritaba ¡NO!, desgarrando a todo aquel que le oyó.
Sólo la sal de la lágrima en los labios le hizo recordar que aún vivía.
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domingo, 31 de agosto de 2008
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